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Cartas Que No Llegaron Gilraen
PDF Name Cartas Que No Llegaron Gilraen PDF
No. of Pages 57
PDF Size 0.49 MB
Language English
CategoryEnglish
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Cartas Que No Llegaron Gilraen

Estimados lectores, aquí les ofrecemos Cartas Que No Llegaron Gilraen PDF para todos ustedes. Así que Esther, la pequeña, dilataba las pupilas y descolgaba la mandibulita cuando yo le narraba las hazañas del Sastrecillo Valiente, aguja en ristre, enfrentando a los enemigos, los malos, gigantes y dragones con brazaletes de las SS, a los que amenazabas sin temor, a los que enfrentabas sin temor, sin más escudo que el dedal invulnerable, sin recurrir a la artillería pesada de esa tijera imposible de manejar en el aire, y que le apoyabas una hoja sobre la mesa y la otra, feroz, se alzaba, como las fauces de un animal prehistórico, cortante, firme, y de nuestro lado.

Por eso yo le dije a mamá: «¿Sabes una cosa?, mamá, que cuando venía de la escuela y estaba en la parada pasó un tranvía que no era el mío, y ¿sabes una cosa?, mamá, en el tranvía me pareció que estaba él, León, en la ventanilla, y me miró, y a mí me parece que iba a dar unas vueltas pero que va a venir, porque a veces pasa así, mamá»; y mamá hizo un gesto como de rabia o de asco, que no era asco, era agrio nomás, y me tocó así en el hombro, como un empujoncito, pero firme y «anda, anda, ándate, Moishe, anda.

Cartas Que No Llegaron Gilraen PDF – I. Días de barrio y guerra

No puedo precisar con exactitud qué día conocí a mis padres y si pude —al menos— darme cuenta, en ese momento, de la significación que tal acontecimiento iba a tener en mi vida. Pero recuerdo —eso sí— que cuando vi a mamá por primera vez, mamá estaba en el patio. El patio era un espacio enorme que con los años se fue encogiendo. Pero entonces era igualito a la selva de Tarzán, porque mi mamá tenía muchas plantas. Era abierto, sin claraboya, y estaba atravesado a lo largo por una cuerda donde todo el que quería colgaba la ropa mojada, que se llueve.

La ropa mojada es, como todos saben, lo que hace llover. En ese patio, un día, mi mamá encendió un brasero a carbón, donde iba a cocinar un trozo de hígado que los carniceros regalaban a los que tenían gato. Nosotros teníamos. Se llamaba Miska y era igualita a un tigre. Mamá cocinaba para Miska, pero comíamos todos.

De mi papá lo primero que conocí fueron los ojos. Unos ojos claros, transparentes, picaros, buenos, traviesos, que siempre se estaban riendo. Mi papá tenía los mejores ojos del mundo. Y además de todo eso, yo también tenía un hermano grande, que era el que me defendía cuando nos atacaba el enemigo. Me defendió toda la vida, hasta que se murió.

A él lo habían traído de Polonia hace mucho, y ahora tenía como diez años. Se murió cuando tenía dieciséis, y mi mamá se pegaba en la cabeza. Después estaba el cartero, pero yo no me acuerdo. Un día vino papá con traje y todo, azul me parece, y muy contento, con algo muy grande, como un cajón, envuelto en diarios y que tenía botones. Lo puso en la mesa de coser y me miró, y lo primero que me dijo fue «eso no se toca». Entonces la prendió y era una radio.

Mamá, antes, la escuchaba en lo de doña Catalina, que ya tenía. Era para oír las comedias. Pero después servía para escuchar la guerra. Era una guerra que había en España y nosotros íbamos a un Comité donde mamá tejía calcetines de lana y papá hablaba. Todos hablaban y hablaban en yiddish, y yo no entendía nada. Entonces nos íbamos a la vereda a juntar cajas de cigarrillos vacías para sacarles el plomo. Hacíamos una pelota con el papel de plomo y con eso en España hacían balas. Para la guerra.

Pero no era para la guerra. Era para la Brigada, que es para la guerra. Acá también hay Brigada. Pero papel de plomo no precisan. Yo sé porque los domingos venden diarios. También venden unos cartones que tienen un dibujo con un señor que te apunta con un dedo, así, y te pregunta: «¿Qué haces tú por España?». Eso dicen, y se llaman «Bonos».

Después de la guerra con España vino otra. El que no vino más fue el cartero. Bueno, venir, venía. Pero lo que yo quiero decir es que a casa no venía. Papá lo esperaba en el balcón. Mi papá cosía en la pieza, y a cada rato se iba para el balcón y miraba para afuera. Y cuando el cartero pasaba —el cartero pasaba pero no venía—, mi papá le preguntaba: «¿Y?». Y el cartero ya sabía lo que le preguntaba y le decía: «Nada, don Isaac». Y no le daba nada.

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